viernes, 29 de enero de 2016

Los sin techo





Si hay algo que no llevo bien cuando paseo por una ciudad, la que sea, es ver a esas personas que por circunstancias de la vida viven en la calle. Es más, duermen en las calles. Personas que no tuvieron suerte en la vida o que ésta les jugó una mala pasada. Están acostumbradas a vivir solas. Deambulan de una parte a otra buscando abrigo, calor y la mayoría de las veces también alimento. La gente pasa a su lado sin prestarles la mayoría de las veces atención. Vagan sin rumbo fijo, tratando de pasar el día lo menos malo posible. Acarrean con lo poco que poseen. Como si llevaran con ellos un tesoro (que para ellos es un tesoro).
Las políticas sociales de un país deberían de tener un poco más de "corazón" y volcarse con ellos en todos los sentidos.
En nuestro país la entonces aspirante a la alcaldía de Madrid, Esperanza Aguirre, del PP cómo no, propuso expulsar a los indigentes del centro de Madrid. Ya que, según ella, espantaban al turismo. Cómo se nota que la señora marquesa consorte vive bien, demasiado bien. Los indigentes para ella son cosas, "bichos raros" que hay que esconder, limpiar de las calles para que no molesten. ¿Dónde vamos si los políticos, ciertos políticos, piensan así? Y para mayor desgracia los ciudadanos les votan. Cuando lo que había que hacer es inhabilitarlos para cualquier cargo público. Por inhumanos, desalmados y crueles.
Los sin techo suelen, la mayoría de las veces, padecer enfermedades. Enfermedades crónicas, generalmente. Alcoholismo, enfermedades mentales, desnutrición... 
Valga este artículo si con ello consigo despertar la conciencia social de los ciudadanos. Procurando conseguir un mundo mejor. Para todos.

2 comentarios:

  1. Aurelio, amigo, a mí este tema me estruja los sentimientos y me provoca un real sentimiento de dolor y de impotencia. Es algo que me mortifica. Sé que hay algunas entidades que luchan en favor de estas personas menesterosas, pero nunca es suficiente. Le cuento algo reciente:
    Hará unos quince días pasé junto a una viejita, sentada en una acera de San José. Era pequeña, toda cobijada por el frío, que hasta los huesitos parecían salírsele en su delgadez. Le di algo. Luego me devolví y me senté en la acera con ella y conversamos un rato. Su voz liviana, delgada y dolorida. Entonces me contó que tiene un hijo que la levanta, la trae a San José, la sienta en alguna acera transitada, le lleva café con algo al almuerzo, la recoge en la tarde.. y el hijo se deja el dinero que ella recoge de la caridad. La viejita, buena madre, me dice que así ella le ayuda a su hijo. Me fui con un pesar enorme que aún me perdura y no sé cómo resolver.

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