miércoles, 3 de febrero de 2016

Nuestros pueblos desaparecen





La mayoría de los pueblos de nuestro país están condenados a desaparecer. La escasa población que aún habita en ellos va envejeciendo inexorablemente. Y a esto hay que añadir que la natalidad es muy baja, por no decir inexistente. Se buscan fórmulas eficientes para fijar población, empero los jóvenes, los escasos jóvenes que todavía siguen viviendo en sus pueblos, tarde o temprano marcharán a la ciudad como ya lo hicieran sus hermanos o familiares anteriormente.
Bien es cierto que hay alcaldes que han conseguido, no sólo evitar que la población de sus ayuntamientos descienda, sino que aumente. Pero son los menos. Es difícil, muy difícil, animar a la juventud a que no abandone sus localidades, mas ante la situación poco halagüeña que se les presenta, quien más, quien menos va pensándose ya buscar un futuro mejor lejos de su pueblo.
Cuando se ve realmente el potencial que tienen estas localidades es en sus fiestas. Celebradas, generalmente, en los meses de verano. Entonces los que están lejos de sus tierras, retornan aunque solo sea por unos días, a sus lugares de origen. A vivir las fiestas. A reencontrarse con familiares y amigos. Son días en que los pueblos se vuelven a llenar de gente. Y arrastran con ellos a sus deudos. Esto es, sus esposos o esposas y a sus hijos, nacidos, seguramente en otras tierras, en otras ciudades.
Las políticas de los gobiernos tanto regionales como del gobierno central son escasas, por no decir inexistentes. No ven más allá de sus narices. ¿Qué más les da que un pueblo pida mejoras, de la naturaleza que éstas sean? ¿Nos darán más votos? Se preguntan nuestros sesudos políticos. Bien conocen ellos que no. Que diez votos no van a ninguna parte. Y comprobamos, claro está, que dejan las cosas como están. Que no interesa, que no les interesa, el destino que puedan sufrir nuestros añorados y queridos pueblos.
Esta es la triste realidad.

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