lunes, 7 de marzo de 2022

Waldo Santos

 


Tuve la fortuna de conocer a Waldo por mediación de mi padre a quienes les unía una fuerte amistad desde la niñez. Waldo era poeta, abogado, pensador y unas cuantas cosas más, propias de un verdadero intelectual. Yo hablaba con Waldo, ya digo, cuando íbamos mi padre y yo a su casa a visitarle. Waldo tenía amigos, muchos amigos, de toda clase, condición e ideología. Era un referente no solo a nivel local, sino también a nivel nacional. Aparte, claro está, de los seguidores que tenía más allá de nuestras fronteras.

Pasados unos años mi relación con él fue en aumento. Él frisaba los 80 años. Se acomodaba, en las tardes soleadas de otoño, en los tabiques situados en el colegio infantil que estaba enfrente de su casa. Este hecho me facilitó mucho la comunicación con el poeta. Yo, estudiante universitario y con inquietudes literarias, camino del Colegio Universitario de la ciudad, me encontraba con él. Nos saludábamos ya con la amistad forjada desde años atrás, como he comentado más arriba. Waldo portaba los atributos de la sabiduría: la barba, la capa y el bastón. Por lo que su presencia resaltaba, aún más, si cabe. Cuando conversábamos yo miraba sus ojos profundos e intensos. También, a través de su mirada, hasta intuía lo que en aquellos momentos bullía en su mente. A veces, cuando le formulaba alguna pregunta enrevesada, guardaba silencio y miraba a lo lejos, como quien mira al infinito. Ya dije anteriormente, que Waldo tenía una miríada de amigos, pero aquellos momentos inolvidables eran solo para mí. Allí, aposentado en la soledad de los tabiques enfrente de su morada.

Una tarde ya no apareció en el lugar acostumbrado, ni la siguiente, ni la siguiente. Me temí lo peor, claro. Waldo había enfermado gravemente. El triste desenlace resultó su fallecimiento. La consternación en la ciudad se palpaba. Y su funeral, obvio es decirlo, fue multitudinario.

Únicamente añadir que mi padre tenía varios libros dedicados con su firma hológrafa, y de los cuales guardo un ejemplar como un verdadero tesoro.

Hoy me acordé de ti, Waldo, amigo. 

sábado, 5 de marzo de 2022

Pensamientos en mi mesa de escritorio

 



Finalizada la mañana, mañana más que intensa la de hoy, primer domingo de marzo, y después de poner en completa acción piernas, brazos y cuerpo por subidas, bajadas, vuelta a subir y vuelta a bajar entre callejuelas, carreteras, calles, semicalles y paracalles. Vamos, que me lo he currado (como siempre, pensará quien me siga en este mi blog). Y después de lo anteriormente escrito, como iba diciendo, me siento a disfrutar de lo que realmente me apasiona. Compruebo, ya lo sabía yo de sobra, pero lo compruebo, no obstante, ya que bien pudiera ser que mi ordenador cerebral errara. Y entro en mi página web -esta misma- y efectivamente llevo dos artículos desde comienzo de año. Es decir, uno en enero, y otro en febrero. Por lo que, dado que estamos a comienzo del mes de marzo, toca el tercero. De cajón, ¿no? Mira que os lo pongo fácil.

Y mientras escribo, ideo, resuelvo, en una palabra: creo. Creo de creador, claro está. A propósito de esto que estoy comentando, recuerdo que una vez en clase de informática, hace siglos (ayer, como quien dice) el profesor dirigiéndose a mí comentó: Aurelio es un creador. Mi autoestima, que ya de por sí está por las nubes, ascendió al nivel galaxia Orión. Y siguiendo con el tema de profesores, tenía yo uno que nos daba clases de una asignatura de sociología. Aclaro, el profe no era sociólogo, ni mucho menos, pero nos daba la clase. Recuerdo que era un auténtico cabrón. Lo que sí aprendí de él fue su sonrisa. Cuando terminaba las clases, sabiendo que estábamos pensando los alumnos que era un perfecto hijo de puta, salía del aula con una sonrisa sarcástica y enigmática a la vez. ¿Qué nos quería decir con dicha sonrisa? Os lo explico brevemente. Vosotros (mensajito sin decir ni una sola palabra) reíros, reíros, y llamadme de todo, ya veréis cuando os lleguen las notas. Y, efectivamente, cuando llegaban las notas el ochenta por ciento de la clase suspenso. Era un auténtico bastardo, sí, pero también, no me duelen prendas decirlo, un  verdadero crack.

Como el tiempo apremia y voy con el horario justo para cumplir con mi agenda, doy por rematado este artículo. Nos vemos, o nos leemos, o vete tú a saber.


viernes, 18 de febrero de 2022

Apuntes sobre un atardecer de medidados de febrero

 



Contemplando desde las alturas de mi búnker el decaer de la tarde y el comienzo del reino de la noche, y no teniendo otra cosa que hacer a estas horas vespertino/nocturnas, me dispongo a dar vida (alma, corazón y vida) a este mi blog para evitar que esté inactivo, además de que no se me oxide por falta de uso. Dicen que la ociosidad es el origen de todos los males. Evidentemente, esta última afirmación, no pasa de ser una frase construida de cara a la galería. Un absoluto paralogismo. Cualquier creador, pensador, escritor, científico... Saben de sobra que sus mejores ideas se producen precisamente cuando no hay nada mejor que hacer. Sin ir más lejos, el imaginario popular atribuye el descubrimiento de la ley de la gravitación universal por parte de Newton, cuando este estaba bajo un árbol y vio caer una manzana. Que hay que ver el juego que han dado las manzanas en la historia de la humanidad -me apunta mi fonoteca cerebral-. Velahí, que diría mi abuela. 

Y como ya estoy cogiendo ritmo, presteza y métrica (en el sentido lato del término) me sale este artículo de un tirón. Es decir, no creo que tenga que corregirlo. En mis tiempos, entiéndaseme, en el siglo pasado, me enseñaron en el colegio que "despacito y buena letra". Debían de referirse a cuando uno está comenzando, supongo yo. Porque esta práctica que da el oficio, que diría Umbral, le pone a uno las pilas, oiga usté. Siempre me encantó el "usté", palabro que le escuché y leí literalmente a Agustín; García Calvo de apellidos. Y es que García Calvo era el desiderátum. Vulgo: el no va más.  

Los que saben de esto, de escribir y de literatura, aconsejan, casi obligan, a que se escriba con sencillez. Pues a mí no me da la gana. Si hubieran escrito con sencillez Quevedo, Valle o el mismo Agustín, no hubieran llegado a los altares de la Literatura. Y como buen discípulo suyo, distribuyo neologismos, arcaísmos y todos los ismos que pueda emplear. Que para eso están.

Y llegando la hora de cenar, sin el estómago saciado es difícil que el caletre funcione con un mínimo de eficacia, voy raudo a la cocina y directo al frigorífico con hambre atrasada. 

Estimados lectores, estimadas lectoras, hasta más ver. ¡Feliz fin de semana tengan ustedes!

sábado, 1 de enero de 2022

Relatos desde mi frontera

 


Tengo por costumbre desde siempre, en los días como hoy de comienzos de año, darme un agradable garbeo sin rumbo fijo. Hábitos que conserva uno, qué quieren que les diga. Y suelo realizarlo a muy primera hora de la mañana. Sin embargo, esta vez, resuelvo retrasar algo mi andadura debido, sin duda alguna, a que todavía persisten en mí los efectos etílicos de la noche anterior. Será un alcohólico, pensarán ustedes. Pues no. Soy abstemio, y precisamente por eso, por no separarme ayer de la botella, me levanté como me levanté. Total, que después de meterme una sanadora manzanilla y pasados los efectos de la bebida que antes os comentaba, me lanzo raudo a la calle. El aire puro y fresco que tonificador él, me llega de golpe a la cara, pone mis músculos dispuestos a llevarme por esos caminos que todavía no he pisado y, por lo tanto, desconozco. Y tras hollar tierras, hierbas, asfalto, adoquines, césped, y algún paquete de tabaco vacío o de alguna mascarilla que alguien ha dejado tiradas, y que yo no he visto, retorno a casa. 

Llego a casa, pues, sudoroso y con mucho ánimo. El ejercicio hace que tenga la testosterona por las nubes. Además de la serotonina y la dopamina que también me transmiten sus efectos. Es decir, que tengo la mente más relajada que un monje tibetano. Y todo muy natural, mire usted. Y a estas horas tengo un hambre estudiantina. 

Luego, más tarde, le echaré un vistazo a una de mis plumas estilográficas. Ayer, sin ir más lejos, dejó de escribir. Imagino que por el trote que le doy. Que, vamos, ni vacaciones, ni puentes, ni siquiera fines de semana le concedo. Más de veinticuatro horas lleva en remojo la pobre. Con una pócima que le preparé para tal fin, a ver si con un poco de suerte logro resucitarla. 

Y como ya tengo los deberes hechos, voy cerrando el quiosco, que mañana es domingo.

jueves, 30 de diciembre de 2021

Circunloquio informal en vísperas de Nochevieja 2021

 






Como mañana, 31 de diciembre de 2021, lo más probable -segurísimo, vamos- es que no pueda escribir aquí en mi blog, me apresto a componer unos acápites más por fruición y gozo míos que por lectura vuestra (para qué nos vamos a engañar). Tengo a Bach a todo volumen, pero me encuentro tan enfrascado en lo que escribo que casi ni la música escucho. Los que escribís me comprenderéis sobradamente, y hago aquí un guiño a los melómanos, que bien pudiera resultar que alguno o alguna esté esto leyendo. Y no deseo, ni es mi intención, enfrentamientos con los dioses de la música.

Pues eso, a lo que iba. Que mañana, mira tú, es Nochevieja. Ya os imagino a la familia reunida en torno a la opípara cena, con el sabelotodo del repelente cuñao al lado de la mesa, o enfrente -que no sé cuál de las dos situaciones es peor-. Y no digo nada del hermano, o de la hermana, a los que se las tienes jurada desde hace tiempo, y que bastará una simple indirecta por su parte, para que te tires directamente a su yugular. 

Por eso mismo, en estas fechas tan señaladas (¡joder, si no lo escribo, reviento!) más que huraño me vuelvo misántropo, pero misántropo total. Usted, que es una persona inteligente, me entiende de sobra. Si lo sabré yo...

Como bien habréis inferido, hoy estoy que me salgo. Además he tenido la saludable precaución de no leer, en un día como el de hoy, mi horóscopo. No sea que me augurara una jornada aciaga y desdichada. Que nunca se sabe lo que te van a predecir estos cabrones de videntes. 

Muchas gracias por haber llegado hasta aquí, estimado lector, estimada lectora. Os deseo un muy feliz año 2022. Y que nos sigamos viendo. Y, en caso de que no nos veamos, que sea por falta vuestra.


jueves, 23 de diciembre de 2021

Divagaciones íntimas desde la España vaciada

 



Dado que, como suele decirse, y muy acertadamente -creo yo- que a este, como a sus hermanos precedentes, coronavírico 2021 le quedan dos telediarios, pongo manos al teclado de mi ordenador para que este mi blog no quede huérfano de artículo en estos días de fin de mes, y de fin de año (me advierte mi fonoteca cerebral). Hoy me encuentro de buen humor, de excelente buen humor, si así me lo permiten las reglas gramaticales. Después de comer les imprimo a mis piernas una energética caminata en medio de una naturaleza agreste y salvaje, con leves interrupciones de carreteras o caminos rurales, que  me proporcionan vida, vigor y paz mental. Vivo en un pueblo, sí, cierto. Y paro de contar.

Como iba diciendo, hoy me di una buena caminata, habitual en mí, por otra parte. Llego a casa, manuscribo dos o tres folios con pluma estilográfica, echo una hojeada a la prensa. Y esta noche, ya en la cama, releeré al solitario pensador ginebrino, esto es, a Jean-Jacques Rousseau. 

En fin, ocioso lector, ociosa lectora, si habéis llegado hasta aquí me doy más que por satisfecho. Quedáis fichados para el próximo artículo. 

jueves, 8 de abril de 2021

Escribir es revivir


 

Hay momentos en que busca uno la respuesta de que por qué escribe. O bien porque se lo preguntan los demás. Cada cual tendrá sus motivos, sus preferencias, sus manías. Sea cual fuere el motivo, hay uno en común. Escribimos para expresarnos. En estos casos mediante la palabra escrita, claro está. Lo que venga -convenga- después ya es un asunto estrictamente personal. Viene esto a colación, ya que el otro día leí en la prensa a un autor, manifestar que durante esta pandemia que nos azota no había escrito nada dado que él escribía para publicar. ¡Rediós! -Pensé yo para mis adentros-. Es decir, que si no publica no escribe. Harto distante ando yo de tal finalidad. En mi caso escribo porque es una necesidad vital. Siempre lo ha sido durante toda mi vida. Me alegra y me alegro por ello. No necesito ningún imperativo para tomar pluma y folio e ir desgranando letras, palabras y oraciones. Luego realizo un examen visual a lo que buena o malamente he creado y lo doy por bien realizado, o corrijo lo ya escrito, que también es otra muy buena opción. Es por ello que ahora mismo me encuentro frente a mi ordenador, después de haber tomado unos breves apuntes a mano en un folio. Y formados los cimientos de este escrito paso a lo que será la estructura del  artículo. Quiero que quede claro que mi blog no es el único lugar donde escribo. Es un medio más de los que dispongo para manifestarme. Pero bien es cierto que mi media hora manuscribiendo diariamente nadie me la quita.

He de confesar también que tengo una edad en la que si no leo y escribo por lo menos dos horas al día, doy por perdido dicho día. De ahí mi insaciable aprovechamiento de segundos, minutos y horas. Todas ellas las considero como bienes insustituibles, el tren que nunca vuelves a coger. Y ya no está uno para perder trenes. Y cuando vaya declinando la tarde y tome su puesto la noche elegiré un par de libros con cuya lectura daré por rematado el día.

Si has llegado hasta aquí, estimado lector, estimada lectora, habrás comprendido plenamente el título de este artículo: "Escribir es revivir".